terça-feira, 5 de novembro de 2024

¿Quién Soy Yo en la Fila de la Iglesia?



¿Alguna vez te has preguntado quién eres tú en tu Iglesia? ¿Estás tú para la Iglesia así como la Iglesia está para ti? ¿Quién serías tú en la fila del pan, quiero decir, en la fila de la Iglesia?


¿Quién Soy Yo en la Fila de la Iglesia?

Soy Abilio Machado.

La fila de la iglesia se forma cada domingo, sin falta. Hay quienes llegan temprano para asegurar un buen lugar, quienes aparecen a último minuto y, claro, los famosos rezagados, que entran en la última fila ya con una disculpa en el rostro, como si la salvación tuviera hora exacta y ellos se hubieran atrasado un poco para la cita divina.


Cada uno, en su intimidad, se pregunta: "¿Quién soy yo en esta fila?" El pensamiento flota, ligero pero irónico, especialmente en las mentes de quienes están allí por pura costumbre o por la fuerza de la tradición. ¿Quién soy yo, al fin y al cabo? ¿Soy alguien que realmente busca la espiritualidad o solo sigo los pasos que aprendí desde niño, en una rutina tan arraigada como el reloj que marca el inicio de la misa?


En la fila hay un caleidoscopio de rostros e intenciones. Está el devoto ferviente, el que mira el altar con ojos brillantes, como si ahí realmente estuviera su fuente de vida y amor. Está la señora de cabello blanco, que sostiene el rosario con una fuerza casi desesperada, como si las cuentas fueran su ancla contra la soledad que siente en la vida. También está el joven con gorra, que parece un poco perdido, quizás allí por insistencia familiar, o quizás con la esperanza de un milagro que no sabe muy bien cuál es. Cada uno, a su manera, enfrenta sus propias penas y creencias, y se cuestiona, en el fondo: "¿Estaré en el lugar correcto?"


¿Y qué decir de los que están allí para ser vistos? Aquellos para quienes la iglesia es un escenario y la misa, un espectáculo donde pueden mostrar su piedad y devoción como quien muestra una prenda nueva. La señora de tacones altos, siempre impecable, se asegura de sentarse en primera fila. Da la mano en el momento del Padre Nuestro, pero su mirada nunca se encuentra con la de otro. También está aquel empresario exitoso, cuya fe parece puntual y calculada, como si estuviera acumulando crédito celestial para asegurar el éxito de sus negocios terrenales.


"¿Quién soy yo en la fila de la iglesia?" – se preguntan, sin decirlo, sin mirarse. Tal vez soy solo otro cumplidor de formalidades, alguien que repite oraciones sin escucharlas, que oye sermones sin reflexionar. Tal vez mi presencia aquí sea un acto de conveniencia, de hábito, un deseo de estar en comunión con lo Divino sin saber realmente cómo encontrarlo.


Y entonces, surge la pregunta que quizá duele más: ¿Estoy siendo sincero? Porque la fe, si es genuina, debe ir más allá de las paredes de la iglesia, ¿no? Debe estar presente cuando encuentro a alguien en la calle, cuando lidio con las imperfecciones de los demás – y con las mías también. Debe manifestarse en el respeto, en la empatía, en el amor verdadero, ese que no depende de que alguien esté mirando para aprobar.


Al mirar a mi alrededor, percibo que tal vez la fila de la iglesia sea, en el fondo, un reflejo de la fila de la vida. Cada uno busca su propio sentido, su propia salvación. Algunos, más cerca del amor que predican; otros, distantes, atrapados en una mecánica de creencias y rituales vacíos. ¿Y yo? ¿Quién soy yo en esta fila? ¿Soy quien busca la luz o quien se oculta en la sombra de los demás?


Quizás no tenga la respuesta ahora. Tal vez la fila de la iglesia sea una metáfora de mi propia búsqueda espiritual, donde aún me encuentro errante, perdido entre el deseo de transformarme y la comodidad de lo que ya conozco.


Al fin y al cabo, la pregunta “¿Quién soy yo en la fila de la iglesia?” se revela como una puerta hacia preguntas mayores, esas que cada uno lleva en el alma: ¿Cuál es el sentido de mi búsqueda? ¿Dónde encuentro realmente lo sagrado? ¿Y quién soy yo, en realidad, cuando nadie me está mirando?


Estas preguntas, sin respuesta fácil, son la invitación a la verdadera espiritualidad, esa que comienza al cruzar la puerta de la iglesia – y continúa, ininterrumpida, en la vida cotidiana.





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